jueves, 11 de diciembre de 2008

mimada

Mañana húmeda.
Mañana de esas en que sientes como el aire denso y frío se posa sobre la punta de tu nariz.
Me abro paso entre la gente adormilada y consigo atravesar el andén. El reloj va más lento de lo normal, pienso, y sonrío al ver venir el tren, que me avisa con sus ojitos centelleantes desde lo hondo del oscuro túnel negro. Haciendo malabares para poder sostener el bolso, la carpeta, la mochila de excursionista que, no lo dudo, me confiere un cierto aire cómico y asta, puede que, patético, logro entrar en el vagón donde treinta segundos antes parecía no caber nadie más. Sintiendo más de cuatro cuerpos contra el mío, cierro los ojos y espero dócilmente a que termine el penoso trayecto sumergiéndome en la inmensidad de mis auriculares. De repente, una voz aguda, de un timbre desagradable y molesto, eso me pareció a mí, consigue despertarme de mi fantástico delirio musical, obligándome a volver a ese abarrotado vagón en hora punta, lleno de gente que ,a su vez, se evade con ojos cerrados, como yo . Con desgana, los abro, lentamente para no sufrir shock alguno, al volver a la realidad. Una niña, tres palmos por debajo de mi mirada, parece ser la culpable de tal intrusión auditiva. Es morena, de piel oscura, nariz chata y como no, ceño fruncido a conjunto con la boquita en morritos. Al parecer se queja de la falta de espacio. Pobre. Me aparto todo lo que puedo y aún más, arqueo la espalda hacia atrás para evitar contacto alguno. Vuelvo a cerrar los ojos y antes de poder viajar a donde fuera que la música me llevara, oigo de nuevo esa vocecilla. -“ ¡Me apalastaaaaan!” – su madre le acaricia dulcemente la frente- ¡me aplastan! ¡Me estoy estrujando y aplastando!- dice con un tono realmente muy impertinente. Al ver que me mira directamente me doy por aludida e intento apartarme más. No puedo. Su madre también me mira. Mirada que, sin lugar a dudas, no es amable. No sé cómo pero consiguen, las dos, hacerme sentir avergonzada y giro azorada la cara contra el cristal. -“¡ MAMA! ¡¡Jopé!!”- mientras dice eso, la niña aprovecha la estrechez entre cuerpos, que le da total impunidad, para empezar con su estrategia ofensiva para echar rivales de su terreno. Siento un pie tanteando cerca del mío, primero. Una patadita en la espinilla es lo que prosigue. Intento morderme la lengua y fingir no sentir nada, esperando que crea estar agrediendo las partes de otro contrincante y así dejar su ridícula guerra, batiéndose en retirada. ¡Ingenua de mí! Mi silencio no hizo más que aumentar tales ataques, que empezaron a ser más continuados y desvergonzados. Pisotón tras pisotón, dejando todo el peso que podía tener dos veces el cuerpo de ese monstruito insoportable, usaba mi pies a modo de tabla de moler. “¡Me aplastan!” Y su madre acariciándola con amor infinito y dedicación, que por cierto no parece haber heredado el tal personaje. ¡Será posible! Esa niña tiene mas espacio para ella sola que tres adultos juntos. Nadie la toca y sigue quejándose. Y ahora va, y aparta en un arrebato de rabia la mano que la consolaba, la única que posiblemente en esos escasos, aunque llenos, metros cuadrados no la haría callar aunque fuera solo un ratito. Con los ojos desorbitados salgo del tren, por fin, suplicando no haber sido jamás en mis días más tiernos, una personita tan mimada e insufrible y me alejo de aquel infierno matutino frotándome la espalda dolorida y pensando en voz alta: “ mañana húmeda, mañana malhumorada”.

3 comentarios:

Belén dijo...

Vaya, la verdad es que algunos niños si son insoportables... yo la verdad que le hubiera pisado también a la niña... los baches del tren, si es que soy muy torpe ;)

Besicos

இலை Bohemia இலை dijo...

yo he tenido una mañana un poco humeda y a ratos pelín malhumorada...

BSS

Baxcajay dijo...

orales !!!