Con gesto experto, enciendo la calefacción.
Espero. No creo que tarde mucho en calentar el aire frio y triste que corre por estos pasillos y que sustituye las horas alegres de antaño.
Despues de media década fuera de la ciudad, con ojos más cansados y mirada un tanto recelosa, vuelvo a pisar mi barrio, mis calles, mi casa.

Me froto las manos, la una contra la otra. Miro a mi alrededor y veo las cajas de mis CDs favoritos, desordenados, posiblemente metidos en la cajetilla que no le corresponde a cada uno. Muy típico de mi. A fin de cuentas, cinco años no son nada.
Me siento en el sofa y me enciendo un cigarrillo mientras estiro las piernas y las dejo reposar sobre la mesita auxiliar que gruñe bajo mi ingrata salutación.
Suspiro, el cigarrillo me sabe raro. Será porque estoy sobre aquel sofa en el que tumbada, sentada o arrodillada, participaba durante tantas horas en conversaciones en las que juré y perjuré que nunca fumaria. Siento como los músculos de mi cara reaccionan y se contraen en una mueca. No hace falta que me mire en espejo alguno, se que tengo la ceja encarnada con actitud esceptica, autosuficiete y un tanto burlona. Y se la dedico a esa niña que fracasó y que ahora aunque un poco mas vieja saborea este palito de cáncer, conmigo. Lo saboreamos juntas, porque yo la vencí.
Ya empieza a calentar el ambiente, pero mis pies siguen frios y muevo los dedos bajo el calcetín. Y una vez mas, suenan las articulaciones de mis pies, que se quejan y tienen frio, como yo. Eso a mi madre no le hubiese gustado, que sonasen las articulaciones digo.
Me levanto y doy vueltas por el salón, mirando cada rincón, reviviendo momentos congelados y un tanto entelados. Aún tengo frio.
Me miro en el espejo mientras me recojo el pelo en una coleta, como las de antes. Pero no soy la de antes. Este espejo recordaba mi cara mas joven y al verme ahora, accentúa sin piedad todos los signos del tiempo, de la arena y del vendaval.
Cinco años pasan rápido.
Llueve. Oigo ese ruido que tantas noches me acunó. El repicar de las gotas sobre el metal del alféizar de las ventanas.
Me deslizo con la espalda contra la pared, abandonandome . Cinco años no son nada, pienso. Y lloro, porque no se cuando la vencí y porque la tormenta se la tragó. Lloro, pero por dentro, claro está.
amnesia